“El debate sobre la educación inclusiva y la integración no se refiere a una dicotomía entre políticas y modelos de integración e inclusión como si se pudiera integrar sin incluir o incluir sin integrar, sino más bien a determinar en qué medida se está avanzando en el entendimiento de que toda escuela tiene la responsabilidad moral de incluir a todos y a cada uno. En los últimos quince años aproximadamente, el concepto de educación inclusiva ha evolucionado hacia la idea de que todos los niños y jóvenes, no obstante, las diversidades culturales, sociales y de aprendizaje, deberían tener oportunidades de aprendizaje equivalentes en todos los tipos de escuela”. (UNESCO, 2.008).
Esta cita, hace perfecta referencia de lo que significa el motor de trabajo en el Juvenil Instituto Fueguino dentro de la comunidad de Río Grande, ciudad, como tantos otros lugares en los que no todos los niños tienen la oportunidad de asistir a la escuela que quieren o que sus padres elijan para ellos.
Esta escuela, que nace en respuesta a la diversidad, cuando la escuela secundaria no era obligatoria y muchos jóvenes y adolescentes quedaban fuera del sistema por no haber acreditado y promocionado durante el año escolar, fue acomodando sus prácticas a lo largo de sus 29 años de trayectoria, para que la atención a la diversidad se constituya en la forma más amplia de aprender para todos los actores de esta comunidad, desde una forma casi intuitiva primero, para convertirse en un ejercicio de vida fundado en argumentos sólidos y empíricos después.
El gran desafío existente hoy en las prácticas educativas es la atención a la diversidad. La muletilla de “no fuimos preparados para”, es el argumento corriente para seguir pensando en aulas homogéneas inexistentes, por lo tanto, los docentes se hallan ante el requerimiento de una transformación que acompañe el camino de la inclusión, para que ésta definitivamente sea real y no quede en un intento frustrado.
La gran problemática radica en que las normativas vigentes, las formaciones profesionales, las matrices de aprendizaje propias de cada docente, las necesidades de los alumnos y los nuevos contextos de aprendizaje transitan en muchos casos caminos diferentes, y confluyen en objetivos disonantes. Esto hace que muchas veces se enarbole la bandera de la inclusión y la atención de las necesidades educativas especiales desde el discurso, pero en las prácticas, aún se desarrollen acciones desde las formas de enseñar, evaluar, acreditar y promocionar, que responden a los paradigmas de la segregación, sin pensar en una escuela para todos.
Para atender la diversidad y la inclusión, no basta con inscribir en escuelas comunes, niños con alguna condición especial a atender. No basta con atender las diferencias por separado. Es preciso pensar que cada individuo tiene una necesidad educativa especial, a partir de sus propias posibilidades; que es imprescindible que cada alumno comparta y aporte, reciba y dé, aprenda y enseñe, dentro y como parte del grupo escolar.
¿Es posible atender la diversidad y la inclusión en todas las aulas? Que luego de tantas investigaciones, tratados y leyes, aún se continúe hablando de inclusión, involucra la clara idea de que la exclusión, la segregación y la no aceptación de las diferencias, aún están presentes en la sociedad argentina y en el mundo, por lo tanto, se replican en los contextos escolares que se constituyen como el recorte más exacto de la sociedad.
Tal vez, esta intensidad que existe en el mundo es aún más fuerte en Argentina y en esta jurisdicción en particular, por su historia. Esto hace, que el concepto de inclusión esté de manera presente, porque la exclusión está presente en las clases sociales, en las oportunidades laborales, en la diferencia de género, en los contextos sociales, en los contextos escolares. Explícita o implícitamente.